Cuento poético, Número Dos.

12.08.2018

A mis brazos sólo ha llegado la lluvia y es que mi falda ceñida a lo ancho del pudor desata una furia incontrolable en aquel espacio carcomido por el vaivén de las sábanas, la almohada retiene mi nuca, húmeda, a momentos ácida, colérica, convulsionado el momento en que él duerme. No me es fácil confesarle mi perversión y observo su dormir, mi llanto desvela el tiempo.

Era virgen y de una estatura que calzaba en sus ojos, pálida y con una vergüenza de nacimiento dulce en las mejillas.

Persiguiendo el eco de sus carcajadas por las calles, siempre tras el árbol, con mi jumper y la blusa abotonada hasta el entrecejo; era transparente, enamorada, ilusa y sin palabras. Predije su beso una noche cuando cerrando los ojos dejé mis pezones desatados, imaginando que llegaría como un invierno más; Asfixiada de telas, de soledad y deseo, depravé mi garra de lince y mi vuelo manufacturado me hizo amarlo y amarlo cada medianoche un poco más.

Una mañana, murmuré mi deseo, su beso no demoró en respuesta; la ocasión hace al labrón dicen y deje que su zarpazo arrancara el velo de mi rostro y cuantos velos cargaba en esa jornada, hasta que por fin nos vimos los ojos...

Hoy, cuando me llega el amanecer entre el deseo incalculable y aquel despertador, escondo mis manos ganosas y giro mi rostro insatisfecho, mientras él me come con un enorme bostezo y sonríe sin prisa y su esquelética ironía se jacta de su mal dormir, observo entonces que he muerto, que nadie más que yo misma me puede mantener con vida, que sólo yo soy heredera de las llaves y la gloria. De la luna y su gemido.

Por Sebastián Anbalón Irribarra  

Publicado en el libro " Destello de mil silencios"

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